domingo, 14 de octubre de 2012

Empiezo a irme para alguna vez volver. De Empedrado a Goya, Corrientes, Argentina

Primera parada, Derqui, una curva, una estación abandonada, un perro recostado en medio de la calle que se retuerce. enredaderas floridas y un almacén o el cartel que remite a él, o tan solo el cartel.
Segunda parada Santa Lucía con su puente levadizo y el sonido que conlleva atravesarlo, un río de lento fluir, su templo MHN, el tiempo detenido en sus fachadas, una plaza que pretende renovarse y que imploro no pierda la esencia de plaza de pueblo, fresca y fragante, arena en las calles y ganas de quedarme y si no es posible ganas de volver.
Pasado el mediodía llegamos a Goya, el viaje con Violeta, su amiga más una profesora con su hija muy bella, aspirante a modelo fue toda una experiencia dentro de la experiencia, madre e hija se bajaron en Santa Lucía y los tres seguimos viaje hasta esta ciudad a la que no conocía personalmente, pero sí por relatos de amigos familiares y pescadores que recalan en estas costas buscando aventuras.
Mi interés en la ciudad se centraba en el puerto que contenía algunos naufragios y seguramente una buena puesta de sol, algunos edificios antiguos, la Capilla del Diablo, la Iglesia La Rotonda y el surubí, cuatro de ellas no me defraudaron, la quinta sí, claro ante tanto pescado los locales y los visitantes que vienen a pescar no necesitan sitios que ofrezcan manjares de río, yo sí, pero bueno hay poca gente que venga a Goya a ver lo arriba mencionado, naufragios, atardeceres, rejas, puentes de hierro, material ferroviario, capillas diabólicas.
El puerto se ubica a unos diez kilómetros del casco urbano y de él no queda nada más, tan sólo tres naufragios, muchos pescadores solitarios, cien mil mosquitos y doscientos catorce mil jejenes, el resto lo fabricaron las sombras y los colores de la naturaleza, todavía me emociona el pensar en esos solitarios pescadores que en sus botes volvían a casa después de batallar con el río y su suerte, y en el padre con sus dos pequeños hijos y su Ami 8 un tanto destartalado que se negaban a rendirse ante un mal día de pique, en verdad, la última imágen de ellos tres y la silueta de su máquina infernal a punto de ser devorados por la noche generaban una muy violenta ternura.
Volví al Hotel Taragüi pasadas las 21.00, la falta de surubí desganó una cena que nunca existió, me enchufo a la tele que suena como un ruido que contradice al ventilador de techo y nada más, mañana lunes feriado será momento de las últimas tomas en este litoral correntino tan lleno de vida y olvidos.

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