La experiencia Ciudad de Invierno volvía y revolvía mi cabeza durante el resto de la tarde, me parecía que todo lo que viniera después sabría desabrido, y a esta altura me preguntaba si no habría empezado por el final. Con ese panorama algo desalentador enfilé para la barranca, en el medio la ciudad se vestía de fiesta del estudiante y cientos de changos buscaban un lugar en la zona del camping para participar de los recitales y eventos que se anunciaban para el día de cierre. Cruzo el festival y de repente se dibuja la silueta de los paredones de fuego, avanzo y las barrancas me introducen en su mundo, violentas y tiernas, ocres y rojizas, magníficas y etéreas. Rememoran Talampaya pero huelen al rey dorado, desorientan, desconciertan, La Rioja y Corrientes parecen tan distantes pero esta tierra no deja de sorprenderme...
La puesta de sol sabe al postre deseado para el final de un día agitado, los pescadores cruzan la línea de fuego, sabrán ellos con que historias, las sombras se apoderan de los colores que hasta hacía dos minutos reinaban con tinte de absoluto, las barcas por fin pueden descansar solas y este viajero emprende su regreso, despacio, muy despacio, no queriendo alterar el sueño de las hijas del río y tratando como si fuera posible detener al tiempo, por lo menos al tiempo que rige a este lugar mágico.
La puesta de sol sabe al postre deseado para el final de un día agitado, los pescadores cruzan la línea de fuego, sabrán ellos con que historias, las sombras se apoderan de los colores que hasta hacía dos minutos reinaban con tinte de absoluto, las barcas por fin pueden descansar solas y este viajero emprende su regreso, despacio, muy despacio, no queriendo alterar el sueño de las hijas del río y tratando como si fuera posible detener al tiempo, por lo menos al tiempo que rige a este lugar mágico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario