Un digno final para un fin de semana de descubrimientos, de sosiegos, de caminatas bajo un sol húmedo o grises despiadados. Los atardeceres sobre la ruta a Victoria son el triunfo de la naturaleza sobre todas las cargas que la cotidianidad te imponen, quince minutos de ocaso bastan para limpiar de virus nuestra mente, el cruce del Paraná siempre inquieta y emociona e inmediatamente después nuevamente el caos, la confusión, la ciudad que nos toma prisioneros hasta que la ruta convoque de nuevo.
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