Recorrer Ituzaingó se convirtió en una experiencia muy placentera, el perímetro costero, el Museo de Campo, el puerto propiamente dicho, las plazas, los edificios abandonados de la época Yaciretá, sus casas antiguas y hasta su pequeño pero concurrido centro comercial, todos y cada uno de los lugares desprendían ese aroma a clásico y moderno, a pueblo grande.
La construcción de la presa le significó a la ciudad contar con un equipamiento extra que sería utilizado por el personal afectado a la obra, terminada la misma, algunos de estos edificios fueron reutilizados, las viviendas vendidas y el club social y deportivo abandonado. Se trata de un edificio de dos cuadras de largo que bien podría ser refuncionalizado como hotel, escuela, universidad, mega centro cultural, albergue de la autoridad comunal, todavía su estructura está intacta, hecho que implica no gastar demasiado para reciclar.
El Museo de Campo fue fundado el 12 de agosto de 2004, está organizado de forma tal que recrea sectores de la vivienda ituzaingueña, hasta llegar al patio que congrega carruajes y herramientas utilizadas en las labores agropecuarias. Muchas piezas antiguas que estaban en poder de familias locales descansan ahora en el museo para que puedan ser disfrutadas por los visitantes, sobre las paredes cuadros y fotos de personas y personajes nos trasportan al Ituzaingó rural de sus orígenes y al incipiente conglomerado urbano.
Siempre en todo museo hay algo que golpea a tu cabeza, en este caso la fotografía arriba mencionada actuó como un imán que capturó inmediatamente mi atención.
El caballero en cuestión es Don Ernesto Ezquer Zelaya, estanciero, escritor, reconocido tradicionalista, columnista de La Nación, agregado cultural de la Embajada Argentina en Asunción, jefe de policía en Concordia, Liberal hasta la médula y cultor de ciertas conductas un tanto extremas, como por ejemplo, dar trabajo a personas del Partido Autonomista, sus rivales políticos, obligarlos a hacer a hacer un pozo en pleno monte, matarlos, y enterrarlos en el mismísimo hoyo excavado por ellos.
Gato Moro, como lo llamaban, fue el autor del periódico tradicionalista Vincha, en él plasmaba su particular ideología, signada por un entorno no apto para cajetillas, gringos, colorados y modositos.
Transcurrió toda su vida en la Estancia Santa Tecla, "donde la policía no entraba y los rubios tampoco".
En ella imprimía su propio periódico, contrataba maestras para que dictaran clases a los hijos del personal, autorizaba a las mujeres de sus peones a tener una huerta, también dotó al botiquín de la estancia con penicilina, medicamento recientemente descubierto por Alexander Fleming y bien muy escaso aún en los grandes centros urbanos. Don Ernesto fue un personaje muy querido por la peonada que veía en él a la figura protectora y patriarcal que velaba por sus destinos, siempre y cuando no manifestaran simpatía alguna con los Autonomistas ni usaran prendas coloradas.
El el año 1937 dicta el famoso reglamento interno para Santa Tecla, en él expresaba entre otras cuestiones
que en ausencia del patrón queda terminantemente prohibido el baile, que en ellos queda absolutamente prohibido emborracharse, dar gritos provocativos, tirar tiros al aire o arrebatar damas, que las personas que son de afuera y eventualmente llegaran al baile sin ser invitadas no podrán bailar.
Queda terminantemente prohibido el uso de cuello, corbata, gorra de visera, casco de corcho, sobretodo y polainas, ya todas esas no son prendas para criollos camperos. Se tendrá que avisar al patrón sobre cualquier enfermedad que asolara a personas que trabajan en el campo, que el botiquín del mismo siempre estará a disposición de quién lo requiera, que será duramente castigado quién persiguiera mujer ajena, o quién tuviera en su poder más de dos chanchos.
Las personas de Santa Tecla que no cumplieran con el reglamento estarán sujetas a represión, expulsión, multa, cepo o látigo.
http://www.lanacion.com.ar/198197-escritor-con-perfil-de-caudillo
Sigo hacia el puerto aún con el reglamento repiqueteando en la cabeza, me confunden las palabras penicilina y tradición, literatura y represión, premio, castigo, modernismo e intolerancia, será que la vida en esta dura tierra rodeada de agua necesita de los extremos para poder funcionar, claro, quizás desde mi lógica urbana burguesa donde abundan los grises, tales actitudes no sean fáciles de procesar.
El puerto, las embarcaciones y el río me regalan los mejores momentos, lástima que ese río también pueda convertirse en verdugo cuando se carga de agua extra e inunda los sectores costeros.
A continuación dejo un enlace que intenta explicar en parte la creciente que azota las costas del Paraná
http://www.villaocamposf.com.ar/index.php/es/2011-06-30-23-44-03/internacionales/2564-el-colapso-de-una-presa-por-las-grandes-lluvias-agravó-la-creciente-del-iguazú.html
La Iglesia San Juan Bautista se inaugura el 7 de setiembre de 1904, de estilo neoclásico, posee 3 naves y techo a dos aguas con tirantería de madera, su altar profusamente ornamentado nos remite a un carácter barroco que contrasta con la geometría clásica del conjunto.
Llega a su fin el noveno día, quedan tan solo dos más, la mitad de uno dedicado al último pueblo a visitar, toda una incógnita y el resto será una vuelta por caminos ya transitados en búsqueda del arca perdida en Colonia Dora.
De Ituzaingó me llevo la mejor impresión, de su gente solidaria con el ajeno, de su historia y personajes, de su río bravo, su río que es mi río bravo, su ritmo pausado, sus sombras, sus tonos desmesuradamente naranjas, indudablemente un lugar para recomendar sin dudas.
El Museo de Campo fue fundado el 12 de agosto de 2004, está organizado de forma tal que recrea sectores de la vivienda ituzaingueña, hasta llegar al patio que congrega carruajes y herramientas utilizadas en las labores agropecuarias. Muchas piezas antiguas que estaban en poder de familias locales descansan ahora en el museo para que puedan ser disfrutadas por los visitantes, sobre las paredes cuadros y fotos de personas y personajes nos trasportan al Ituzaingó rural de sus orígenes y al incipiente conglomerado urbano.
Siempre en todo museo hay algo que golpea a tu cabeza, en este caso la fotografía arriba mencionada actuó como un imán que capturó inmediatamente mi atención.
El caballero en cuestión es Don Ernesto Ezquer Zelaya, estanciero, escritor, reconocido tradicionalista, columnista de La Nación, agregado cultural de la Embajada Argentina en Asunción, jefe de policía en Concordia, Liberal hasta la médula y cultor de ciertas conductas un tanto extremas, como por ejemplo, dar trabajo a personas del Partido Autonomista, sus rivales políticos, obligarlos a hacer a hacer un pozo en pleno monte, matarlos, y enterrarlos en el mismísimo hoyo excavado por ellos.
Gato Moro, como lo llamaban, fue el autor del periódico tradicionalista Vincha, en él plasmaba su particular ideología, signada por un entorno no apto para cajetillas, gringos, colorados y modositos.
Transcurrió toda su vida en la Estancia Santa Tecla, "donde la policía no entraba y los rubios tampoco".
En ella imprimía su propio periódico, contrataba maestras para que dictaran clases a los hijos del personal, autorizaba a las mujeres de sus peones a tener una huerta, también dotó al botiquín de la estancia con penicilina, medicamento recientemente descubierto por Alexander Fleming y bien muy escaso aún en los grandes centros urbanos. Don Ernesto fue un personaje muy querido por la peonada que veía en él a la figura protectora y patriarcal que velaba por sus destinos, siempre y cuando no manifestaran simpatía alguna con los Autonomistas ni usaran prendas coloradas.
El el año 1937 dicta el famoso reglamento interno para Santa Tecla, en él expresaba entre otras cuestiones
que en ausencia del patrón queda terminantemente prohibido el baile, que en ellos queda absolutamente prohibido emborracharse, dar gritos provocativos, tirar tiros al aire o arrebatar damas, que las personas que son de afuera y eventualmente llegaran al baile sin ser invitadas no podrán bailar.
Queda terminantemente prohibido el uso de cuello, corbata, gorra de visera, casco de corcho, sobretodo y polainas, ya todas esas no son prendas para criollos camperos. Se tendrá que avisar al patrón sobre cualquier enfermedad que asolara a personas que trabajan en el campo, que el botiquín del mismo siempre estará a disposición de quién lo requiera, que será duramente castigado quién persiguiera mujer ajena, o quién tuviera en su poder más de dos chanchos.
Las personas de Santa Tecla que no cumplieran con el reglamento estarán sujetas a represión, expulsión, multa, cepo o látigo.
http://www.lanacion.com.ar/198197-escritor-con-perfil-de-caudillo
Sigo hacia el puerto aún con el reglamento repiqueteando en la cabeza, me confunden las palabras penicilina y tradición, literatura y represión, premio, castigo, modernismo e intolerancia, será que la vida en esta dura tierra rodeada de agua necesita de los extremos para poder funcionar, claro, quizás desde mi lógica urbana burguesa donde abundan los grises, tales actitudes no sean fáciles de procesar.
El puerto, las embarcaciones y el río me regalan los mejores momentos, lástima que ese río también pueda convertirse en verdugo cuando se carga de agua extra e inunda los sectores costeros.
A continuación dejo un enlace que intenta explicar en parte la creciente que azota las costas del Paraná
http://www.villaocamposf.com.ar/index.php/es/2011-06-30-23-44-03/internacionales/2564-el-colapso-de-una-presa-por-las-grandes-lluvias-agravó-la-creciente-del-iguazú.html
La Iglesia San Juan Bautista se inaugura el 7 de setiembre de 1904, de estilo neoclásico, posee 3 naves y techo a dos aguas con tirantería de madera, su altar profusamente ornamentado nos remite a un carácter barroco que contrasta con la geometría clásica del conjunto.
Llega a su fin el noveno día, quedan tan solo dos más, la mitad de uno dedicado al último pueblo a visitar, toda una incógnita y el resto será una vuelta por caminos ya transitados en búsqueda del arca perdida en Colonia Dora.
De Ituzaingó me llevo la mejor impresión, de su gente solidaria con el ajeno, de su historia y personajes, de su río bravo, su río que es mi río bravo, su ritmo pausado, sus sombras, sus tonos desmesuradamente naranjas, indudablemente un lugar para recomendar sin dudas.
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